lunes, 30 de noviembre de 2015

Tengo dos recuerdos guardados en mi mente como si fuesen el mejor tesoro del mundo.

Uno de ellos es de mi hermano, de aquella vez que creyó estar viendo a los reyes magos. Aún era un enano que no pasaba del metro cincuenta y los dos estábamos adormilados en el sofá. Hacía tanto frío que los dos compartíamos una manta y cuando la ventana se empañaba por la niebla escribíamos nuestros nombres con los dedos. El ruido de los cascos de unos caballos nos despertó, y mi hermano, abriendo los ojitos de par en par miró por la ventana. Entre la niebla aparecieron tres figuras vestidos de reyes magos y a mí nunca se me olvidará la cara que puso. Ni la forma en la que mi padre lo miraba. Y ese nerviosismo que le despertó, la ilusión en su cara y su forma de obligarme a irme a con él a la cama, porque los niños deberíamos estar ya dormidos.
El otro, es de dos personas que decidieron que el amor se acaba cuando llega la distancia. Pero dos meses después volvieron a verse en una estación, al bajar uno de ellos de un tren, y se dieron cuenta de si se quiere la distancia realmente es un número. Fue el abrazo y el beso más bonito que he visto en toda mi vida.

A mí, durante el último año me han preguntado varias veces que por qué te quiero, y creo que ya lo sé. Te quiero porque lo estás haciendo muy bien para todo el desastre que supongo, porque crees en mí más de lo que alguna vez lo he hecho yo misma, y sobre todo, porque eres la persona que puede superar esos dos recuerdos y cambiarme la vida.