domingo, 8 de febrero de 2015

"Un día escribí unas cuantas líneas
y un chico hizo magia con ellas.
Aún no sé cómo darle las gracias."



Me di cuenta tarde. Ya te habías llevado todo lo que te pertenecía.

Fue todo un detalle no llevarme contigo. 

Lo que más me dolió fue darme cuenta de que lo tuyo no eran dedos, sino puñales. Y que cuando contabas mis lunares lo que hacías era clavarlos en mi espalda con la intención de cortarme las alas e impedirme volar.

Siempre supe que eras tú la experta. En las mentiras. En las caídas. Y en romper todo cuanto se ponía a tu paso. 

Ahora ya sólo somos dos lágrimas de hielo que se derriten, que se fugan, que se pierden y se extinguen en la última discusión, el último portazo, el último adiós, cuídate.

La palabra nada es el sinsentido que revuelve los primeros ecos de la nostalgia: un cajón donde se esconden las primeras bragas que te has olvidado, me llamas para eso, los cigarrillos con manchas rojas de carmín, la vieja deleznable que nos mira, jódase, señora.

Todo lo que nos hizo escala en la piel está estrellado, roto, calcinado. Y me cago en las putas cenizas que un día fueron la excusa para pintarte las mejillas de india oriental, de guerrillera selvática, y hoy son sólo algo que ardió y ha quemado. 

Y es terrible mirarse al espejo y buscar la sombra que me diga: 
Nada es tan hermoso como tu cuerpo atrevido…, el amor es femenino, lo sé cuando tu lengua roza mi estómago, cuando tus piernas encajan en mí y electrocutan.

Y es terrible saber que en una cama bilingüe de mujeres también se esconde una femme fatale.

A Juli, por escribir y poner la piel de gallina.