jueves, 30 de octubre de 2014

Me he dado cuenta de que hay millones de detalles que aún tengo que conocer de ti. Que es cierto eso de que ya sé cómo es la forma en la que miras, o como te sonrojas cuando te dicen algo que no te esperabas. A mí me bastaron tres horas para darme cuenta de que eres como un niño pequeño en eso de ir andando por todos los bordillos. Apenas me hizo falta una tarde para saber cómo es tu risa y créeme cuando te digo que nunca nadie ha conseguido que sonría tanto por él. Has sido capaz de devolverme el brillo en los ojos y, tengo que confesarte, eres el motivo que provoca que todos mis amigos digan que me ven feliz. Me bastaron unos días para acostumbrarme a tenerte, has hecho que madrugar por las mañanas sea mucho más bonito. También has provocado que el tiempo pase tan rápido que los días me parezcan horas. He apuntado en el calendario todas las veces que has desvanecido mi mundo porque estábamos ocupados  intentando conocernos. También me he dado cuenta de cuál es el momento justo en el que te empieza a cambiar la tonalidad de la barba, y la cara de niño que se te queda cuando te la quitas. Creo que tengo la suerte de poder decir que aún nos queda una vida conociéndonos, y que haría un trato con el diablo para que pase  eso de verdad. Pero antes de nada, tengo que contarte un secreto: me muero de las ganas de abrazarte.

-Alicia López.

sábado, 25 de octubre de 2014

Le llamaban ruina. Clara I.

Estaba tan rota que la llamaban ruina. Tenía esa forma especial de dejarse llevar por el viento con el vuelo de su falda y colarse en los pulmones de alguien para dejarle sin respiración. Pasaba desapercibida para todos aquellos que no creían en la magia. Pero aunque no lo sabía, era la chica a la que todo el mundo querría hacer feliz. 
Como no tenía a nadie que le vaciara la luna en la copa, cuando el vino se acababa, tapaba sus heridas y nunca se las curaba. Creía que la única forma de no tener cicatrices era conseguir que todas esas heridas se mantuvieran abiertas. Así que por las noches se autodestruía en su cabeza pensando que nunca sería lo suficientemente buena como para bailar al son de alguien sin pisarle los pies si no era la tristeza. Escribía, o mejor dicho: saltaba a todos los precipicios construidos en papel. Lo que para el resto era un vacío para ella era un hogar. Tenía los ojos del color del frio y la misma mirada que la soledad que le acompañaba. Y el corazón le latía una melodía que nunca nadie había sabido descifrar. Sufría por todos y no lloraba por nadie en especial, si no como puede hacerlo una nube en mitad de una tormenta. Suspiraba, como puede hacerlo el viento cansado ya de respirar. Pero ante todo se movía inquieta con los nervios a flor de piel como si se le hubiese colado dentro la primavera, como si le estuviesen saliendo las alas y ella solo desease echar a volar. A la hora de actuar, tenía valores y razones que nadie entendería jamás. Contaba las estrellas y, cuando se perdía, lo volvía a intentar, como si estuviese segura de  poder recoger todas en un tarro de cristal. Y es que, lo que mejor se le daba, era soñar.
- Clara I.

viernes, 10 de octubre de 2014

Supongamos, que ahora, son las 00:00h.

Pongamos que son las 8 de un miércoles tarde y que compartimos un café con chocolate. Que estaba lloviendo y que frenó justo en el instante en el que me hiciste pisar el suelo sin bajarme de la nube. Digamos que es nueve de noviembre y me mandas flores como en la canción.

Pongamos que has aprendido a pronunciar mi canción favorita y lo haces cada vez que pasamos por el lado del chico que toca en la calle. Que nuestras manos se entrelazan juguetonas en un paso de peatones y que tus ojos miran a los míos 
como diciendo que no te lo esperabas.

Pongamos que se te pierde el reloj justo en el momento en el que llegabas tarde a un sitio porque me viste girar la calle, a la izquierda. Que he saltado veintidós veces los escalones que bajan al parque, ya sabes, el de los jueves.

Supongamos que un día me miras mientras escribo. Digamos que yo te he estado mirando desde que te conozco y no me hace falta verte para pintarte las faciones.

Digamos que un día nos cruzamos por la calle. Que te sorprendes porque el sol no te dejaba verme los labios. Pongamos que un día te recito todo esto y te confieso, que yo ya te escribía sin siquiera conocerte, y que te voy a seguir escribiendo, al menos, hasta que sepa tu nombre.
- Alicia López